Habían puesto a Rembrandt en un
autorretrato más bien grasoso, y prescindiendo de los colores. Lo mostraba sospechosamente un hombre con un pulgar sucio, y con una carretilla muy
pequeña, bueno tanto Tampoco. La
otra mano tenía unas monedas como si estuviera pensando en si pagaba por adelantado. El rostro que tenia de
disgusto por la vida y de los malos momentos…
Pero tenía una dura alegría que
estuviera allí para ver a su hija. Al verla le cayeron unas lagrimas brillantes
como gotas de rocío, por fin, aquel
hombre, volvió a ver a su hija después de tantos años.